viernes, 16 de marzo de 2012

Leyenda Europea


Atland, el Encantandor de las Cumbres
Al igual que se asegura que muchos exploradores del Polo
Norte quedaron sobrecogidos por lo que llegaron a entrever entre los jirones
incandescentes de luz cromada de la Aurora Boreal, puerta de una nueva
dimensión, frontera de un mundo imaginario, intersección de un insondable plano
de existencia, de la misma manera, hemos encontrado en antiguos manuscritos
reveladores testimonios sobre la ubicación de un nexo con el mundo mágico muy
cerca de donde hoy transcribimos lo que sigue:
Fue Atland un
personaje misterioso, ser de otro mundo que en su apariencia humana adoptaba la
humilde figura de un barbado anciano. Para los primitivos habitantes pirenáicos
que habitaron su tiempo, Atland, loco o mago, arrastraba su mísera existencia
hundido en una pequeña cabaña construida con sus manos, más parecidas a raices
leñosas que humanas, a base de piedra sin cantera y troncos enteros de abeto.
"El Viejo de las Cumbres", le llamaban, y en los poblados de las montañas, el
Viejo se convertía en protagonista de historias y chismes inventados por los
lugareños con el fin de entretener la mente y hacer más breves los rigores del
crudo invierno. Fue Atland en la imaginación de las gentes un soldado renegado
de las guerrillas combatientes contra los invasores del Imperio Romano, que para
alcanzar la vergonzosa libertad hubo de segar el cuello al cabecilla del grupo y
huyó a esconderse a las faldas del ya entonces llamado Monte Perdido, sobre el
que también se decía que era tal su lejanía debido a un extraño encantamiento
que le permitía, a la montaña, cambiar de lugar entre las demás cimas de la
cordillera. Por supuesto, Atland se ganó entonces la fama de Encantador de las
Montañas. Verdad o no, lo cierto es que Atland, personaje que también ha llegado
hasta nosotros con el nombre de Asland, escondía más de lo que enseñaba.
EL PALACIO MAGICO DE MONTE PERDIDO
Atland tenía una misión sobre la tierra: los dioses, su familia, le habían encomendado la
construcción mediante las artes mágicas, de un lugar maravilloso que sirviera de
morada-puente entre los hijos de la tierra y los hijos del misterio. El
venerable encantandor, el más sabio de entre los primeros pobladores de las
brumas que cubrieron las montañas en su génesis, se puso a trabajar con todas
sus fuerzas. Reunió todos los elementos conocidos. Para empezar, los
primordiales: aire, fuego, tierra y agua. Después, los esenciales: humo, viento,
roca y lluvia. Por último, los espirituales: palabra, lágrima, pétalo y música.
Hilos de luz de sol y de luna le sirvieron para tejer el hechizo. Por fin, tras
muchos siglos de empeño, el Palacio estuvo construido.Sobre las nubes que permanecen eternamente cubriendo la cima del
Monte llamado Perdido, en uno de los macizos montañosos más antiguos del planeta
Tierra, se alza desde entonces un maravilloso palacio que sólo algunos elegidos
con el don de la Segunda Vista han podido contemplar. Ninguna boca humana ha
podido pronunciar las palabras que lo describirían, ni ninguna mano de artista
ha podido trazar siquiera un bosquejo de su magnificencia. Aquellos que de el
fastuoso prodigio han tenido conocimiento, hablan de el brillo del cristal
más puro, magníficos jardines cuyos dibujos atrevidos han sido trazados por un
mágico compás; más cercanos a nuestros días, hay quien ha vuelto insistir
tratando de encontrar una certera descripción, sin conseguir sino un reflejo
como el que percibe en su mente el ciego que conoce un cuadro con sus dedos:
Maravillosas torres, resplandecientes almenas, radiantes frontispicios y
relucientes columnas. Pero este celestial lugar
tenía un fin. Debía acoger entre sus paredes sin cemento un hogar, una acogedora
morada para que floreciera el amor entre las dos especies de seres más queridas
de la Creación. Atland previó lo que sucedería de dejar el acceso abierto a la
curiosidad del descubridor humano, y estableció que sólo a lomos de caballos
alados o dragones pudiera penetrarse en el recinto, guardado por pétreas fieras
y bestias que cobraban vida según los deseos expresado por Atland por medio de
un cetro de oro, tatuado de legendarias runas. La profecía estaba escrita. Se
grabó en el frontispicio de un viejo dolmen, hoy desconocido y vergonzosamente
cubierto por un vertedero de los humanos.
LA MUERTE DE ATLAND
Fue el mismo Encantador de las Cumbres quien talló con golpes de
palabras mágicas el texto de la profecía en la roca del dolmen, pero al parecer,
brotaron lágrimas de sus ojos mientras lo hacía, y por eso hoy el dolmen se
deshace bajo toneladas de escombros y deshechos. Lloraba Atland porque a veces,
conocer hace sufrir, y él escribía en una piedra su propio final. Apiadados los
dioses de la pena que embargaba el corazón del viejo, fiel cumplidor de sus
divinos deseos, ordenaron a las tres Moiras que entretejieran una cruel venganza
con los mismos hilos de la muerte y del asesino de Atland, y así quedó escrito
en el Tapiz del Destino.

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