jueves, 15 de marzo de 2012

EL PALACIO MAGICO DE MONTE PERDIDO

EL PALACIO MAGICO DE MONTE PERDIDO
Atland tenía una misión sobre la tierra: los dioses, su familia, le
habían encomendado la construcción mediante las artes mágicas, de un
lugar maravilloso que sirviera de morada-puente entre los hijos de la
tierra y los hijos del misterio. El venerable encantandor, el más sabio
de entre los primeros pobladores de las brumas que cubrieron las
montañas en su génesis, se puso a trabajar con todas sus fuerzas. Reunió
todos los elementos conocidos. Para empezar, los primordiales: aire,
fuego, tierra y agua. Después, los esenciales: humo, viento, roca y
lluvia. Por último, los espirituales: palabra, lágrima, pétalo y música.
Hilos de luz de sol y de luna le sirvieron para tejer el hechizo. Por
fin, tras muchos siglos de empeño, el Palacio estuvo construido.
FINALMENTE CONSTRUIDO, ATLAND MIRA EL CASTILLO SOBRE LA MONTAÑA
Sobre las nubes que permanecen eternamente cubriendo la cima del Monte
llamado Perdido, en uno de los macizos montañosos más antiguos del
planeta Tierra, se alza desde entonces un maravilloso palacio que sólo
algunos elegidos con el don de la Segunda Vista han podido contemplar.
Ninguna boca humana ha podido pronunciar las palabras que lo
describirían, ni ninguna mano de artista ha podido trazar siquiera un
bosquejo de su magnificencia. Aquellos que de el fastuoso prodigio han
tenido conocimiento, hablan de el brillo del cristal más puro,
magníficos jardines cuyos dibujos atrevidos han sido trazados por un
mágico compás; más cercanos a nuestros días, hay quien ha vuelto
insistir tratando de encontrar una certera descripción, sin conseguir
sino un reflejo como el que percibe en su mente el ciego que conoce un
cuadro con sus dedos: Maravillosas torres, resplandecientes almenas,
radiantes frontispicios y relucientes columnas.
Pero este celestial lugar tenía un fin. Debía acoger entre sus paredes
sin cemento un hogar, una acogedora morada para que floreciera el amor
entre las dos especies de seres más queridas de la Creación. Atland
previó lo que sucedería de dejar el acceso abierto a la curiosidad del
descubridor humano, y estableció que sólo a lomos de caballos alados o
dragones pudiera penetrarse en el recinto, guardado por pétreas fieras y
bestias que cobraban vida según los deseos expresado por Atland por
medio de un cetro de oro, tatuado de legendarias runas. La profecía
estaba escrita. Se grabó en el frontispicio de un viejo dolmen, hoy
desconocido y vergonzosamente cubierto por un vertedero de los humanos.

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