viernes, 16 de marzo de 2012

Leyenda Americana

Mi leyenda es una leyenda Chalcaquí tiene un nombre raro y no estoy segura de que sea america ( que es lo que quiero yo)




EL PUENTE DEL INCA

Leyenda calchaquí

Sobre tierra argentina, en la región de Mendoza donde la Cordillera de los Andes despliega en espléndidas galas la majestad de su belleza, se encuentra el Puente del Inca, el famoso puente que la Naturaleza ha tendido entre ambas orillas de un torrentoso río de la cordillera, que corre entre cerros de cumbres nevadas.

En la base de uno de esos cerros, al borde mismo del río, al pie del famoso puente, se encuentran fuentes de las que brota el agua a borbollones, agua caliente de excelentes virtudes medicinales.

Todo es allí magnífico y grandioso. Cuando la nieve cubre con soberbio manto de blancura el Puente del Inca, su visión es maravillosa. Se admira entonces una enorme masa de hielo tornasol con los colores más bellos de una aurora en primavera.

Del puente cuelgan cortinados de hielo que parecen de algodón, y algunas composiciones minerales se agrupan formando originales jarrones de colores, por los que se deslizan las estalactitas.

En ciertas mañanas el puente parece de oro, y el reflejo de su luz forma arco iris con la nieve y el agua de las cascadas.

Esta obra prodigiosa de la Naturaleza, trae al espíritu del que la contempla la sensación profunda de hallarse en un mundo de maravillosa fantasía.

La imaginación de nuestros indios tejió su leyenda alrededor de ella; le dio a su existencia un origen divino: sólo los dioses pudieron crear obra de tan grandiosa y sorprendente belleza.

He aquí la leyenda:

Estaba ya próximo el fin del Inca del Imperio, y su sucesor, su único hijo, se encontraba gravemente enfermo.

El pueblo, que sentía adoración por el futuro monarca, elevaba sus ruegos al dios Inti (Sol), a Mama-Quilla (la Luna) y a todos los dioses, haciendo sacrificios en su honor por la salud del enfermo. Pero ni los médicos del Imperio ni las súplicas del pueblo devolvían la salud al inteligente y bondadoso príncipe. Si éste llegaba a morir, desaparecía con él uno de los más poderosos Incas del Imperio, que habría de gobernarlos con verdadera sabiduría y justicia.

El temor de su muerte llenó de tristeza al pueblo, que no cesaba de interrogar a los dioses cuál era el remedio eficaz para salvar la vida al futuro monarca.

Al fin consultaron a los amautas (filósofos), y ellos dijeron que el príncipe recuperaría la salud, si se bañaba en las aguas de un maravilloso poder que existían en regiones del continente muy apartadas.

En efecto: sabían que en lugares lejanos, en dirección al sur, entre las rocas de los cerros de la cordillera, brotaba el agua buena que curaba a los enfermos de todos sus males. También aseguraron que para llegar hasta esas fuentes había que recorrer largas distancias, atravesar desiertos y escalar montañas.

Los sacerdotes, los sabios y los médicos decidieron el viaje del príncipe a tan lejanas regiones, y sin pérdida de tiempo comenzaron los preparativos para realizarlo.

En una mañana de sol, luminosa y clara como la esperanza de devolver la perdida salud al príncipe de los Incas, partió del Cuzco en dirección al sur, la larga caravana de viajeros que había de conducirlo hasta las fuentes de las que brotaba el agua salvadora.

Acompañaban al príncipe, nobles, sabios, sacerdotes y médicos. Los seguía una recua de llamas cargadas con víveres y todo lo necesario para tan largo viaje.

Muchas, muchas lunas duró la travesía. Montañas abruptas, valles tranquilos, campos desiertos, verdes praderas, ríos, arroyos, pasaron ante los ojos de la larga caravana que, llena de asombro, admiraba cuadros maravillosos en los que la Naturaleza parecía haber reunido toda su grandeza y su esplendor.

Durante la noche veían las montañas como si fuesen espectros gigantescos, y oían salir de las entrañas de la tierra y de los precipicios, roncos acentos que el eco repetía como voces misteriosas en la inmensidad del espacio.

Al llegar a cierto lugar, se quedaron los indios maravillados ante la imponente majestad de uno de los colosos de la cordillera, y exclamaron con asombro: ¡Acon-Cahua!

Esto traducido de su idioma, el quichua, significa: “vigía o centinela de piedra”.

Se encontraban ante nuestro grandioso Aconcagua, el pido más alto de nuestra cordillera y uno de los más elevados del globo.

A poco andar, llegaron al fin, en las últimas horas de la tarde, a una quebrada en cuyo fondo corría encajonado un río torrentoso que bramaba entre las piedras de su profundo lecho.

Se detuvieron; y el sonido estridente de la kepa (clarín) anunció que allí se encontraban las fuentes del agua salvadora que buscaban. Pero esas fuentes estaban en el lado opuesto de la quebrada; la distancia que los separaba de ellas era demasiado grande y el camino inaccesible.

¡Creyeron desfallecer ante el obstáculo insalvable que se les presentaba!...Pasaron allí la noche cavilando en el modo de llegar a las fuentes, mas al amanecer del día siguiente, les fue dado presenciar el hecho más maravilloso que imaginar podían.

Cuando las primeras claridades de la aurora comenzaron a colorear la nieve de los montes vecinos, hubo un momento indescriptible en que, ante el asombro de los aborígenes, los picos helados parecieron inclinarse hacia la quebrada.

Inmensos peñascos caían desde colosales alturas, al mismo tiempo que grandes trozos de hielo desprendían de las cimas. Unidos unos y otros, formaron un puente magnífico por el que podía llegarse sin dificultad a las fuentes del agua maravillosa.

De este modo, el poder sobrenatural de los dioses, acercó al príncipe de los Incas a las fuentes de las aguas buenas, las que le dieron la salud y la vida; y a su pueblo, la alegría y la calma.

Así fue cómo la larga caravana que viajó desde el Cuzco, regresó jubilosa, llevando en sus ojos la visión encantada de la grandeza sublime de nuestras montañas y del poder sobrehumano de sus dioses buenos.

Los indios llamaron al puente maravilloso, el Puente del Inca.

Cuentan que al acercarse la noche, cuando los cerros que lo rodean se esfuman como envueltos en velos de suaves colores, una larga caravana de figuras extrañas parece cruzar de unos montes a otros, mientras el cantar del agua de las cascadas rompe gozoso el profundo silencio de las montañas inmensas.

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